lunes, 23 de diciembre de 2013

Triste, desolador, descarnado, así es "El viaje a ninguna parte"

Triste, desolador, descarnado, así es "El viaje a ninguna parte"
 de Fernando Fernán-Gómez.

Esa historia que primero fue novela y luego película dirigida por él mismo, donde trazaba las aventuras de una compañía teatral itinerante, en el ocaso de un género asediado por el cine. Es el fin inexorable de ese deambular por los caminos, en autocar o a pie, de pueblo en pueblo. Pese a ello, los cómicos, con una dignidad encomiable, se mantienen firmes, conscientes de que ese es, precisamente, su oficio. Su responsabilidad, intentar hacer reír a esa España que a comienzos de la década de los 50 era la del hambre y el miedo. 
 Aquel argumento del gran Fernán-Gómez, despertó algo en Enrique Bunbury (Zaragoza, 1967), quien en medio del paisaje arrasado supo ver la pura belleza que motiva a los artistas vocacionales. A los de verdad. A los que asumen la vida como una renuncia a bienes mayores por ese palpitar de los caminos con la palabra, con la comunicación, con el arte a cuestas. Como los artistas del circo, como los lejanos trovadores que recorrían Europa con sus romances. 
 Ahora, Bunbury, el artista internacional, rinde tributo a aquella obra desde el título de su nuevo álbum -el cuarto en estudio de su firme carrera en solitario-; con el que intenta recuperar el halo romántico de ese deambular por el mundo ofreciendo arte sobre los escenarios. "El viaje a ninguna parte -explica Bunbury- es la reivindicación del que elige una vocación artística como forma de vida. Desde la bohemia, desde la elección vital de una profesión artística sin ninguna ambición de éxito o de triunfo, simplemente por el hecho de estar y vivir esa vida, aunque ello suponga perder."
 Los dos viajes del viaje 
Quien haya seguido su obra reciente, sabrá que Enrique siente verdadera devoción por el mundo del circo, por el cabaret, por una cierta bohemia canalla... Sus discos y los consiguientes cambios de registro pueden parecer obra de un funambulista ebrio dispuesto a alarmar a la concurrencia. Pero detrás de la pirotecnia ineludible en todo buen espectáculo, queda la investigación, el rehuir de lugares comunes, la búsqueda de la canción que pueda robarle el corazón al oyente. Y si uno se fija (escucha) con atención, verá que el artista se mantiene firme sobre la cuerda, que en ese constante ir y venir se define un estilo, una marca, un sello propio y reconocible en las canciones. Dicho de otro modo: los eslabones que unen "Pequeño", "Flamingos" y "El viaje a ninguna parte" (mantengamos "Radical sonora" aislado, como el disco de ruptura con el pasado inmediato que tuvo que ser), son más fuertes de lo que a priori pudiera parecer. Que el autor, cantante y productor se encontró consigo mismo mucho antes de lo que creímos... y de lo que él mismo pudo imaginar. Que, en definitiva, los saltos estilísticos no eran más que ejercicios de imaginería y debajo de ellos permanecían las canciones, con su lenguaje propio e identificable. 
 Hay que considerar "El viaje a ninguna parte", precisamente, como un viaje. Viaje doble: por un lado encontramos el emocional y, por el otro, el viaje físico, que se corresponde con tres viajes reales, en los que Enrique, en solitario, se fue a capturar canciones a Marruecos, Nicaragua y Perú. Finalmente, el viaje físico es una ruta musical por diferentes ritmos del continente americano. De Argentina a Estados Unidos, pasando por México, el Caribe o la música andina. Ese viaje físico sirvió para, al tiempo, ir escribiendo el otro, el emocional. 
Y en este segundo viaje, Bunbury se lanza de cabeza a la tarea de hacer repaso a los daños sufridos, a las heridas, cicatrizadas o no (poco importa: las primeras con frecuencia duelen mucho más que las segundas). Ese balance del dolor en carne propia o colectiva (en algunos temas la actualidad social se cuela con toda su miseria) se tiñe de tristeza o de nostalgia, con frecuentes paradas en esa tierra de nadie (o de todos) en la que ambas se difuminan y se confunden. Pero, tras la inmersión en el dolor, emerge el ARTISTA capaz de sacarle partido al sentimiento a flor de piel; habilidoso como los grandes para aprovechar las horas bajas y que de ellas se alcen colosales canciones. Canciones, sí, de las que roban corazones. Canciones para acompañar vidas ajenas. Canciones que hacer nuestras. Canciones amigas con las que no sentirse tan solo. 
El viaje sonoro 
Por todo ello, vestir musicalmente "El viaje a ninguna parte" requería de mimo, de cuidado. Así lo entendió Enrique y optó, en su faceta de productor musical, por  buscar la inmediatez del sonido, intentando capturar la mejor toma de cada canción, sin aditamentos. Pero esto sólo fue posible después de un concienzudo trabajo de arreglos que le llevó tres meses de encierro junto a su banda, El Huracán Ambulante, antes de afrontar la grabación. De este modo, se ha logrado un trabajo que suena eminentemente natural, aun cuando el oyente avezado podrá apreciar detalles y colores musicales de gran altura. En los que, en honor a la verdad, hay que reconocer la pericia instrumental de una banda tan sólida como versátil (obsérvese, por poner algunos ejemplos, esos violines de Ana Belén Estaje; las trompetas de Javier Íñigo; el contrabajo de Del Morán; las guitarras de Rafael Domínguez...), capaz de apuntalar temas de clara esencia rockera, para, segundos después, deslumbrar con coqueteos jazzísticos o arrimarse con respeto pero sin pudor a un tango tabernario. 
En esencia, para comprender "El viaje a ninguna parte", hay que olvidarse de aquella máxima que nos recuerda que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta. Que, ciertamente lo es, pero no necesariamente resulta la más emocionante, la más rica en matices, la más divertida... "El viaje a ninguna parte" opta por la ruta alternativa, por la circunvolución, porque, a fin de cuentas, tampoco busca un lugar de destino. Lo importante es el viaje en sí mismo; el destino es lo de menos. 
Este sinuoso viaje emprendido por Bunbury se ha tenido que condensar en dos discos, que quizás pueda parecer excesivo en estos días de inopia cultural y estrechez musical, en estas horas de vacas flacas discográficas. Pero, las cosas son como son, como tienen que ser: los discos no son largos o cortos. Los discos son buenos o malos, arriesgados o acomodaticios, valientes o cobardes. De verdad o de mentira. 
Ustedes verán. 

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